8 de julio de 2015

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Tu niñez son añicos de un plato de café. Metías la nariz entre la ropa al bañar a tu hermana pequeña. Reforzabas el olor a jabón, talco, colonia y perfumes varios. Así, encontrabas los puentes a tus pasados imposibles olvidados. En ese tiempo que, para vestirte necesitabas unas chanclas, unos pendientes de bola, el coletero rosa y tus braguitas blancas de algodón. El patio era tu mundo seguro y perfecto. La alfombra mágica era el balanceo de la comba anudada y bastaba cerrar los ojos para viajar muy lejos. Arde el techo del coche y aparco entre la sombra del árbol enfermo y cansado de tragar los escapes de tanto motor. Pasean sus cuerpos, en provocativo desnudo, desde el final de la acera hasta los contenedores de vidrio tres muchachas. Me entristezco. La mujer de blanco es demasiado niña, no pasa de sus veinte. Limpia el sudor metiendo su mano entre la prisión del sujetador y su piel tan profanada y recoloca sus pechos realzando su convexidad. Paciente se empina sobre unos tacones imposibles.
Es duro calzarlos para sentirnos dentro de su piel. Para saborear sus dulzuras que son pocas y escupir la acidez avinagrada de la sumisión que le impone un amo sin moral.
Rescato su fragilidad y su extraordinaria belleza para recrear su vida en un oasis ficticio donde su orgullo es libre y feliz. Donde los brazos que la sostienen son los que sueña y ansía.
Apenas era una pequeña que bailaba el vuelo de su falda para sentirse princesa. Escondida tras el baúl abierto. Las gasas de su madre resbalaban la caricia que le descubría destellos de colores sobre el placer de su cuerpo impoluto.
Ella se ampara en la idea de escapar de estas justas indeseadas y tú sueñas con un perfecto choque brutal de pesados trenes que siempre queda en roce de bicicletas.
La indecisión te encierra. Cuando, los números que guardaste son la libertad de tu prisión.


JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

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