17 de abril de 2018

ÁLABES


Obliga a tu voluntad a abrirme la entrada de sus secretos benditos. Agarra la libertad de mostrar la limpieza de lo que sientes. Y bébela de la boca que tanto miras.
Has girado a empujarme para quitar una razón que ya no necesito. Regresas a tus miedos eternos y oscuros. Y aun así alcanzas a superarlos.
Aprendes a enlazar otros pasos de la mano de tus riesgos como aprendiste la primera vez de la ternura de otra mano.
Saltas al vació con el chasquido que enciende tu candil y borras de un tajo de sable  los fantasmas de una realidad quimérica. Pasas flotando sobre la transparencia del agua de un nuevo manantial sin despertar el círculo concéntrico de las ondas en forma de corazón. A cada giro, prendes luz, dejas  sombras atrás y vuelcas sobre mis labios arados la semilla de las fresas que anhelas.
Preñada por esta esencia que la mentira nunca supo escondernos. La que te pone, la que nos funde, la que me engancha a ti.
Hacernos niños. Limpios de impurezas y plenos de deseo por compartir solos, los dos solos.
Las estrellas se sueltan de nuestros cielos y caen ardiendo, limbo abajo, hasta penetrarnos plenamente con la furia de los vómitos de un volcán. Nos enseñan a sentirnos completos en esa penetración perfecta. A soltar las cadenas de un pecado entre las luces de un barco pirata. A respirar. A latir. A volver eternamente. A levar anclas cuando subimos asidos sobre la cubierta. Y yace tu capricho sobre un canto de jilguero, un arrullo de mañana y un beso de un amor desconocido.
Da igual. Todo da igual. Llamo la atención interesada de tu tacto. Sentado en la torre donde encuentro sosiego. Junto a esquinas encajadas de caminos o tesoros renunciados. Junto a frascos llenos de tus pañuelos enjugados en llantos de incomprensión. Donde la paz, el descanso, la quietud, la vista de un horizonte o una puesta de sol, juegan en corro y dibujan canciones románticas.
Miro, si te encuentras con ganas o tiempo de volar y hacer piruetas o mirar el número de la llave.
Traspasar el umbral con los tacones en los dedos. Empujar el cierre de la estancia en penumbra, en la que te soñaste princesa al entregarte y mostrarte mujer. Donde, de puntillas pintas las paredes con latidos de cañón o con el rubor avergonzado de tu inseguridad superada y feliz. Donde aguantas tu tensión, impones tu desnudez o rasgas en pedazos tu virtud y te regalas al completo. Donde tu perfume rompe en chispas de color el eterno olor a café. Donde creces satisfecha hasta descubrirte dueña arreando las riendas de un destino que no permites que nadie corrija. Donde una gasa descarada y suave con el tono de tus deseos es el ajuar y protección que precisa tu calmado reposo. Donde calzas la calidez del entarimado de madera en el que tu poesía se hace verbo. Donde el cristal te susurra al oído que esté día, al fin, encontraste tu acertijo mientras retocas la complicidad de tu melena.
Proteges tus riquezas o contemplas los trazos de tiza de la rayuela sin atreverte a saltar sobre ella.
Un rayo insolente asalta por la rendija ese escenario oscuro y alumbra tu piel limpia, tersa, desnuda. Encuentra tu caricia intima a puerta cerrada, tus votos de felicidad, pasión y entrega. Descubre las grandezas que esconde tu enagua. Y enseña la verdadera extensión de tu cuerpo, la honestidad que irradias. Muestras o escondes tu encaje como una pequeña colibrí que cumple el año.
Debería respirarte fuerte y hacerte sentir. De una manera brutal. Es tu verdad y la mía. Inalcanzable. Correspondida en los mismos valores e intensidad. En los que aceptas o dices aceptar o en los que sueñas y callas.

Huirías hasta el amanecer conmigo entregándome la eternidad y hasta la vida en bandeja. Si, hablarías, besarías... y más. Como una diosa y como un mendigo. Desde el cielo al barrizal y lavarnos bajo una cascada de intenciones después. Y al correr los visillos acuchillas el universo con frialdad por no ser descubierta. Para caer prendida al suelo.
JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ