8 de diciembre de 2016

HOLA

Acunado en la fuerza de vuestros sueños, nazco. Para aprender que estas letras toman luz intensa, la vuestra. Nace leve y arranca bríos insuflada por cada aliento que regaláis. Cada minuto que acogéis un relato lo hacéis propio. Cada suspiro, él os acompaña.
Sentir la lejanía, mirar las imágenes que creáis al leer. La amplitud cenital en un cielo limpio celeste.
Pueden dolerme y así, la imposibilidad de escuchar, ver, reír y llorar. Dormir o despertar. Sentir la pausa ha de ser semejante al día diferente que vivo o sueño.
Pasan uno tras otro los andenes que no pisamos hasta sellar el abrazo del encuentro. ¡Y estáis! en esa tierra que alcanzo a desear para pensaros, no más. El lazo puede regalar un sitio tan cercano que reposáis al lado, rozando mi pared con vuestros dedos. Oyendo crujir la organza que os cubre. Con olor a madera quejumbrosa de un palacio huérfano en la noche. Tan lejos.
Gracias.

JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

RUGE EL TRANSBORDADOR

Cedo las ganas de construir. No aguanto los piratas, los traidores, los cucos que usurpan labores para hacerlas su lecho. Son envidiados los nidos perfectos. Envidiada si apareces y me rebosas, al doblar la esquina.
Duele la imposibilidad, la inestabilidad, la diferencia, la evolución consecuente hasta la nada. Contarlo no es necesario.
El camino a seguir de cada cual es reflejo del que ha de desandar el otro. A la par. Arrastrar arados de vertedera mientras se entierran las semillas de aquellos momentos, infructuosas. Cicatrizan las escoceduras que el arreo de los nadies deja en las espaldas. Se insensibilizan aquellas miradas encendidas y se olvidan estas caídas a las que llegamos, al dejarlas atrás.
Meditar donde desemboca aquél canal. Allí nadar era un mundo conquistado. Escuchar rugir las lágrimas de tantos otros ojos, vertidas en el mismo cauce, al caer por el precipicio. Se sufre.
Imagino la escalera al subir día tras día, peldaño a peldaño. El cielo es alcanzable, rompible, humano.
Buscas sostener su latido en tu mano. Su calor, su acogida, su comprensión, su encanto, su consuelo, su compañía, su seducción y cuando no lees lo que te gusta cierras los dedos. Sin pensar, con rabia, con dolor. No puedo reparar el que deshaces con tu ira. No lo tengo en posesión, ni haz de restituir las piezas que recibiste como ofrenda desinteresada. Imposible rearmarlo desde los añicos que desparramaste aquella noche de lunas distraídas. Nefasto intento de regresarle el genio que desplegaba bajo tu contacto. El amor diluido en la bruma del acerado. Ya no caben más en mi estante repleto. Corazón que crujes corazón que pierdes. Solo pueden romperse si son de tu propiedad. A quienes lo entregan les nace otro más limpio, mas nuevo, más grande, más lleno, mejor.
Chirrían las bisagras de esta puerta sin cerrojos, se rompe y cede su sitio a tu perfume. Afinas tu cuerpo, camuflado, flexible, terso. Bebo los últimos tragos de tu piel viajera. La alcanzo, palpo el desliz silencioso. Sientes, sueñas, deseas más. Te está prohibido, te dejas o lo permites y en secreto, te lo llevas puesto. Generosa, con valores, de amistad perenne, de sol radiante. Sigo mirándote, para leerte y entenderte, si pudiera.
Encuentro mi límite permisible, satisface completarlo para llegar a entender cosas que volaban a nuestro alrededor y cobran sentido. Conocernos. Aupar fuerza y restar debilidad. Encanta esta locura que sacia mi sed para estar en paz.

JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

17 de octubre de 2016

TU ESCALERA VACÍA

Llego, al manantial en el que me retuerzo para escupir lágrimas de pequeñas sonrisas vertidas atrás. Para enfurecer terrones de tristeza de aquel esfuerzo por agradar. De rasguños por arrimar el hombro a quienes debo querer o ayudar. Todo estéril para una disparidad de olvidos, vacío y empujes invisibles a sus pupilas. Difícil apreciar el pan si sobra. Nadie pregunta quien lijó la silla donde durmieron sus sueños.
Recojo mis fichas de póquer escalón a escalón. Frente a camaradas que sonríen al ganar y disfrutan mi mala racha. Mi sombra se diluye entre la oscuridad y la niebla del tabaco. Mis huellas no dejan marca en su parqué. Mudo el empeño si no tiene contraste.
Y rompo. Plato tras plato, los que antes tuvieron, tuvimos. No me quedan defectos cuando no los desprecias. Ahora mi sangre se desparasita entre el abrazo de tu consuelo, entre el consuelo de tu abrazo.
Llueve tranquilidad, la siento bajo mis pies crujiendo la hojarasca de otoño. Eternamente la leo en el semblante de tu vigilancia preocupada. En la paciencia de tu tiempo si tocas mis entrañas.
El miedo camina lejos. Los bolsillos vacíos encuentran la paz. En tu vientre la fertilidad. Sobre el llano yermo nuestra casa de cristal. Y cubierto por el fuego del anochecer se baña la luna en la espuma del mar, en la sal de la duna.
En el desván un cencerro olvida jugar con el niño que fuimos y recuerda la flor que tus poemas sembraba. Para peinar mi confusión echo de menos tu reloj de arena o tu cepillo de plata. Los grillos que abandonaste me duermen con su nana incansable. A puerta gayola salen y entran cada demonio a su elección para quemarse poco a poco. Para hipnotizarme, hasta que el alba despierte.

JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

10 de octubre de 2016

AGUA

El momento es legado... y llega.
Aparece tal cual, hiriente. Empuja y aplasta hasta la insignificancia. Asfixia la fuerza. Estrangula la felicidad. Ahoga la esperanza. Ahora se instala y permanece el tiempo de un después plomizo. De tormento enterrado en oscuridad. Pero no, habrá de marcharse con la hoja que flota en el centro del riachuelo. Toca esperar, inhalar paciencia, soportar sin ceder. 
Conseguir mantener el resuello. Permanecer para empujar precipicio abajo la diferencia soportable. Evitar que suelten nuestro telón.
Reflotar las ganas, quizá feliz. Romper la hucha del jamás y prenderlo. Entregar la frescura intocable. Masticar el sueño negado. Exprimir los cielos, beberlos. Gota a gota, sin techo. Hasta amanecernos, lo imposible, lo alcanzable. Su mirada perseguidora. El temblor que la hace arder en su propio infierno. Su rubor, su indecisión, su atrevimiento.
Inventa trampas, habilidades y entregas, bailes de su callado cortejo. Derrocha su perfume más apreciado para los encuentros. Cede sus años, su existencia y su cuerpo, su sustento. Entregada por la ilusión de sentirse querida, de significar un poquito para él. De dejar de verse insignificante dentro de un mundo vacío, para ser sonrisa, cualquier tipo de sonrisa, para quién la admita, la sienta, y la valore un céntimo más de un real. Apenas pide nada para entregarse toda, abierta en canal, cerrados los ojos a las crudezas, aún al mantenerlos abiertos. Rasga sus venas para saciar la sed de su amado y se deja arrebatar la vida misma, solo por su beso.

JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

17 de septiembre de 2016

SIN TUS MUÑECOS

Voy creciendo y habito una nevada inalterable. Cambia en un momento. Una noticia, un acontecimiento, un rayo de luz o de sol... y la planicie se derrite. Colorea el paisaje de golpe.
Anhelo saber, devorar tus gestos, se me queda corto el mensaje. Busco sostener todo. Tocar el pañuelo que escoges cada día para salir. Su color, si es tu preferido.
Mi sitio se reduce a esta torre de vigía, estos cristales. Es soledad buscada que compone croché con las nubes. No atiendo el barro del sendero que ensucia mis suelas o las tuyas.
La tierra callada espanta. Huele a romero, o a estiércol lejano, o a intensa a resina de sacrificio, viruta a viruta. Ahora sabe a calor, a sal, a recuerdos de esencias conocidas. Muerdo una manzana desgarrada. Apunto al horizonte donde aquella noche nos perdimos.
Estamos anclados a una silla de ruedas muy compleja. Sobre un asiento de juventud y futuro que no se hace para correr por el pasillo de un pasado sin remiendo. Sencillo entender, como fácil es el sabor de un vino reserva cuando sales a la calle y lo mantienes en tu paladar.
No hay camino marcado. Sí, solo descubro inmensidad. No lo hay si los pasos son libres en tus trazadas. Bailas en el sentido que quieres, te dejas llevar o guías tú, si te place.
Conoces la canción que deseas, la que sabes, o... la que te permiten. De como quieras bailarlas. Qué vestido elijas, la piel que liberas o enseñas. El lugar que ocupas en una fiesta. Escondida, en la barra mientras miras y pasa la oportunidad sin mover ficha, o el centro de la pista, en el foco de las miradas. Cierra tus ojos, respira hondo y piensa donde estos trazos te llevan.
Hoy elegiste la escapada junto al viento.
Estoy arriba, tras la ventana. Viven la celebración. Miro tu playa en la distancia. Música para cogerse pegado, sencilla, tranquila. Llevo traje, sostengo medio vaso frío. Mis zapatos, pienso, no se pueden mojar.
Es tarde para quedarme, para buscar, para... Si rompo el tiempo, habré empezado otro relato por escribir. Pasear con el calzado en la mano. Dictar tu cuerpo en la arena, tu rincón entre el acantilado, la humedad de tu madrugada, desde el abrigo del hogar. Acabo el gin-tonic y te encuentro.
El amanecer aún no ha llegado. Yacen dormidos los vientos de tempestad que te atormentan. Me levanto un instante. Espiro la presión, me relajo.
Abro la magia de la proximidad, de tu recuerdo, de tu temblor. Bebo los latidos que apagas, empotrando tus manos encogida, para acallar sus gritos que son tu silencio.
El olor a pan se cuela por las rendijas. La primera vez que este aroma se instala así, de manera potente, en mi sofá.
Aprendo a lavar mis problemas a posarlos para no llevarlos arrastrados entre mis dedos, a encuadernar el libro de mi biografía para tenderlo en un estante impoluto. Para poder reír, a tu lado o en tu ausencia. Para desgarrar tu perfume o soñarlo.
Estás. Mezclada en la masa de harina cocida que abraza mi estancia. Revuelta, despeinada, sudada. Con la alegría de haberlo alcanzado, con paz, sin preocupación. Desnuda, porque te gusta sentirte recién parida, recién preñada, mujer completa, ofrecida y alcanzada. Pozo seco y fuente a borbotones al entornar tus pestañas. Sedienta y desbordada bebida.
Libre, al oír mis chasquidos acaramelados, cerca. El gruñido del agua salpicando frente a tu espejo, la respiración que lo empaña. Amanece y la vida recoloca tus cabellos. Te acomodas, plácida, abierta, extendida. Sigues mi sombra, te muerdes el labio.
Ansias pedirlo, permitirlo, mostrar consentimiento, llegar.
Si, te hace soñar, sentir. Vives. 


JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

16 de mayo de 2016

NIÑEZ INOCENTE

Te acercas y acudes una y otra vez como una abeja acude a su panal. Tu piel viene sangrando la lucha, los desgarros de atravesar las espinas que te separan. Gastas al límite el decoro.
Y levantas escudos ante un alma desnuda, la que te embelesa. Es la tuya a la que temes. Te plantas en los brazos en medio del miedo a perder y la felicidad de sentirlos. Solicitas rendición, mientras marca distancia tu espada. Dudas entre la pureza o profanar ese vestido con excesos. Bajo mi lágrima te alejo. Entre tus pisadas, llenas la cafetera de tu alegría. La luz de tus ojos ha cambiado el ímpetu de tu destino. 

Tolérame en mi mundo y déjame mirar tu foto de aquél único día. Me engulle tu presencia.
Tu gesto enseña esta pleamar de sensaciones que sumergen mi paz sin perturbarla. Deslumbra aquella edad de plenitudes deseadas. Mantienes, las pulseras que marcan tu brazo y el dolor. Hechizos. Con el carácter en el semblante, pensativo, contenido, hermético. No he de encontrarte. Ni la causa que forja tu resistencia de decisión inflexible. Envidia provoca el mar acariciando tu pelo, el mío.
No preguntes mi descaro al acercarme. No Tengo respuesta. No hurgues en tu inquietud al descubrirme, está bien así. No deshojes mis velos. Son adecuados, justos. En esta tranquilidad de mi lejanía, en esa seguridad, la tuya. Acomodado, desaparecido, inexistente.


JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

11 de mayo de 2016

TU GUIÑO

La derrota puede más que el entusiasmo. La realidad más que los sueños. No caben en la mano todos los caramelos del bote.
El gorrión exaltado no para de piar y dar pasadas en el callejón. Alarma. Al fondo, la sombra da un salto y muestra el porqué. Un gurriato cansado camina a nivel de calle buscando cobijo, mientras sus progenitores sufren la peligrosidad. Dejar de ser presa fácil. Volar ya. Salvarse.
El terror hace retroceder. Pero no, cumplida está su función y arranca otra etapa. Saltó del nido, no va a regresar a su amparo. Recular somete a la familia a unos pesados barrotes.
Solamente cave empujar las alas con más empeño. Hacerte fuerte. Vencer el miedo.
Como tú ahora, como este pajarillo, como yo en otro tiempo. Aprendes, siempre aprendes. Exploras como planear más alto y más veloz. Bajar a la tristeza del cimiento de los miedos, solo, es el paso para volver a tomar impulso y rizar los giros más increíbles, los más difíciles.
Asustas cuando dices que te gusto más que otros amaneceres. Haces de mi piel tu libro en blanco. De mi excitación tu catecismo. Aparto la responsabilidad que administramos, sueño el deseo que jamás enganchó mi vida o la tuya. Un latido brusco, dibuja, con la leve llamada de tus labios. Mi descaro para encontrarte y bordarte sin temer consecuencias. Las veces que mire tus piernas debajo de tu falda. O sonría imaginando tu boca rosada encendiéndose tan cerca. Nunca ocurre. El futuro pasaría factura. No pagamos la culpa malvada, sí la inocencia de abortar el intento.
Aumenta la oscuridad de nuestra distancia. Crece con la paciencia que la humedad convierte el acero en herrumbre de desguace. Apenas frena en el momento que
 levantamos la miradas para entender que el sol no entiende de corazones, ni la luna de desgarros. Y te pienso necesitada, pero invicta entre otros brazos.
Eres la razón. Tu corazón sigue encendido. Añora las brasas que lo calientan y el calor compartido que alimenta su pasión. Esta noche, lo posible, no se descubre. Mañana, tal vez. La mecha que prende tan vigorosa debe ser otra.
JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

28 de abril de 2016

QUÉDATE

Te acuna. Te empuja. Te arrastra o te mima sin preguntar.
Monstruo o luz que alumbra o ciega. Abre tus ojos para hacerte sentir o llorar o reír.
Despedida de la infancia, despedida de la pubertad y despedidas de soltera. Despedidas por cambios de trabajos o despedidas por fronteras que alejan a quienes nos dejan marcas. Miedos o dudas a la hora de soltar las amarras de nuestro velero. La lindeza y majestuosidad de la arboladura de cada cual, inyecta la euforia vital para salir de la bocana del puerto. Lanzarnos a agarrar etapas nuevas de estas vidas prestadas, como el tesoro más valioso que unos pocos saben apreciar.
En un soplo de lucidez, al girarnos, entendemos que ese gigante, que nos enseñaba a dar los primeros pasos, continúa cogiéndonos la mano para enseñarnos nuevos paraísos. Más frescos, más verdes, más felices si cabe. Un coloso enorme, hecho con las miradas de quien no regaló su amistad desinteresada. Y sigue aquí.
Una a una, fui recogiendo las fotos esparcidas por el pavimento. Una a una, abandonadas tras un despecho, tras una sin razón:
"Hoy te entierro con furia porque no me salen las cuentas y, como a perro en agosto, te dejo en donde tu regreso sea inútil, para olvidarme de ti. No quiero recuerdo alguno del amor que no valoro, que arrincono."
Y arroja al chinorrio de la calle y al peso de los neumáticos las imágenes de unos momentos para los que perdiste el tiempo más útil de tu vida. Solo para tomar unos pinceles y dar más entusiasmo a tu rostro, más viveza a tus ojos, siempre más. Los vestidos tan elegidos. Por entregarle el mejor instante que pudiste fotografiar con el corazón floreciendo entre tus ojos y tu carmín. Solo por recoger unas migajas de cariño de quien tan poco te respeta. Solo por obtener esa paz del querer correspondido en tan altas miras a las que ofrecer tu propia esencia, tu propio cuerpo. Tu honor para usarse como quien ha de unirse a ti, tu soñada alma gemela, desee o entienda. Con total entrega. Con errada entrega. Tirada al desgaste del hormigón, a la huella de la rueda, a un deterioro absurdo.
Las guardo. Para encontrarme. Para entender cómo puedes levantarte una tras otra, las veces que el temporal te tumbe. Para evocar tu fragilidad, de que apostaste todo a un sueño roto. Para no dejar de ser persona al completo. Para soñar que te encuentro y alcanzo a besar tus labios y susurrarte que tu anhelo existe.
Ven, suelta tus tirantes con la suave tibieza que sonroja la alegría de tu semblante.
Complace la espera paciente, entregando desnuda toda tu piel.
Deja guiarte para alcanzar placeres conocidos y por descubrir.
Permite mi beso donde se posan los pétalos de las esperanzas.
Acerca el aroma de tu cuello a embriagar la seguridad de la limpieza.
Cabalga la pulcritud de la blancura a la lejanía más alta y, allí, desbórdala en caída de vértigo a las ciénagas que regocijan el baño de barro especial.
Camufla cada caricia impura ahogando la mancha con atractivos gemidos.
Baila mi música hasta rendir tus pies ensangrentados.
Eleva la propulsión de esta eternidad completa.
Y amárrala en tus cielos hasta que se diluya sin retroceder. Así se pierden mis escalofríos tumbados frente a este fuego prendido de tu hogar.
Con o sin escote, me asfixio al pensar tu espalda si te alejas. Lamentos de encaje al deslizarse por mi pie.
Mi sed crucificada entre la almohada y el calcetín.
Se cobija el sol en volandas, sin abrir mi ventana, sin llamar a mi puerta, sin hacer compañía.
A traición, en tres ocasiones me levantan antes de despertar un gallo. Alarmas insolentes de perezosos y vulgares.
Las rendijas roban tu perfume que se hace viejo. La claridad trae el calor dulce de un bizcocho puesto a enfriar.
La quietud en la que faltas. La taza por levantar. Mis lágrimas sin consuelo. Descabalado sin tus besos. Desgajado por tu silencio.
Este eclipse es nuestro, cuando es imposible alcanzarte. Habito esta vida que me prestaste, la que incompletas y te sigo esperando.
Abres la vida cuando tu ironía regresa. El sosiego huele a harina tostada, a ropa con jabón. Sabe a bullicio de guardería, a leche cortada. Abriga como abrazo de madres. Y suena como el tropiezo de un juguete olvidado, a normalidad.



JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

TEJADOS DE TANGO

Los canalones chasquean los pulgares. Son ellas, nubes blancas que espiábamos tumbados. Enredaba mi mano, sobre la tuya. Llegan con sus vestidos grises. Traen su leche materna para saciar esta tierra sedienta. Avanzan sigilosas, reptando entre las corrientes de un cielo cansado. Aprietan los labios de vuestras raíces contra los pechos henchidos a punto de reventar. Y se dejan sorber, chupar, succionar, mamar. Rescatan los campos exhaustos al límite de su resistencia. Plantan un vergel entre la sequedad del desierto. Lloran para abrevar la sed de un mundo derrumbado. Amamantan los gritos exigentes de un páramo sembrado de abandono y derrota.
O eres tú quién se ofrece, si pones la frescura de tu mirada empujando el ansia de mis pestañas sobre tu imagen erguida frente a la mía.
Musiquea una orquesta infinita en esta danza imposible que nos abraza.
Cegado por el afán de conseguir tu guiño. Borracho, bajo la presión de un bombeo incesante, al leer las insinuaciones que vistes. Mi anestesia tapa la razón, e impide lamer la realidad que revienta borbotones de este caudal de lujuria a mis ojos tardíos.
Señora de la verdad y naturalidad que calcaste de tus dueñas. Crianza en barrica de fresno. Esculpiste el oasis perfecto para envejecer en roble. Cocinar a fuego lento, sin prisa y en equilibrada premura.
Eliges tu música favorita y abres el espacio que necesitas para bailarla. Maestra en este tercio, escapista de mi abrazo, rehalera de las yemas de mis dedos. Dibujante de caricias leves o prolongadas, acompasadas o explosivas, tangentes o chocantes.
Es mi piel la que capturas. Es mi fuerza la que mides. Es mi tesón el que te embriaga. Mi calor el que saboreas y mi sudor o lágrima la que respiras.
A conciencia, diriges quien te lleve, sitúas o desbaratas la frontera. Mientras, juegas a este reto que dispones entre sueños y que ahora manejas, alargas o retuerces para engrandecer este teatro. Te entusiasmas, enjuagas cada palmo de tu cuerpo. No es una entrega. Me enseñas a aprender y no es poco.
Sin tregua, aplacas tu sed de sangre. Decidiste la mía, he entrado en tu red y resuelto tus enigmas. Manejaste el timón de mi inexperiencia y el control de la tuya, ya recreada en otras batidas. Tantas noches de vela, de necesidad, de hambre seca, de olvidos, de reproches, de culpas, de murallas, de cinturones, de miedos, de lástimas ajenas, de sentencias turbias, de barros que no mereces, de soledad, de olores fugaces, de terror, de esperanzas truncadas, de esperas eternas, de pinzas para tenderte, de oportunidades crujidas, de fe en nuestras pupilas, de sabores amargos, salados, ácidos, picantes o dulces. No lo vi cuando me despertabas.


JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

13 de febrero de 2016

LA CALITA


La mar se hace insignificante cuando refugias mi abrazo bajo tu sombrilla. Hincho mis pulmones y dejo fluir otros riesgos por su ladera. Dibujo la intimidad donde puedo desnudarme a tu lado, sentirme y palparte. Sonrío cuando tú haces lo mismo. Muestro mi cuerpo sin ataduras y mis perversiones sin coacción. Perfora la palma de mi mano esta paz de alcanzar la tibieza de tu piel sin las fronteras del tejido. Y me embriago cuando tu tensión cruje al borde del infarto y cada rincón de tu cuerpo es un altavoz donde repican los latidos excitados de tu sangre en conjunción con los míos. Decidimos cuando, continuar o dejarlo, sin sentir culpa alguna. Apenas tomar una estación o recorrer el cauce hasta el último manantial, el de entregarlo todo, el de la cima del dolor de la excitación límite o la marca batida de otra satisfacción culminada. Surfear cada encuentro ansiado en una ola de placer más alta. Acabar usando los restos de champan para enjugar los cuerpos y dejarlos empapados del aroma del pecado antes de cambiarnos la piel o de vestirnos. Amarrarnos con descaro o arrastrar en el camino un real o un chelín donde nadie lo sepa. Ducharnos en el olvido con besos de sombras.
JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

2 de enero de 2016

RENDIDA

Reposo tras un suspiro de sorpresa. Las ruinas, sus ruinas, mis ruinas, las nuestras, las de nuestra inmutabilidad, las de mis secretos, mis confesiones, todas al descubierto. Rota la coraza que las preservaba. Una intensa mirada para alcanzar la intimidad que, ya tarde, brota a borbotones a la intemperie. La de ellos, la mía, la nuestra.
Cada rincón un edén para sembrar pareja y altares donde mantener el pecado. Escenarios de abrir y cerrar el telón, de rasgar finos algodones sin distancias, de tomar lo ajeno, de soltar la imaginación y dejarnos sorprender por los bucles que riza en su vuelo.
Oscila a merced del sol o la penumbra, de la tempestad o la quietud, de forasteros o familia. Como una granada al madurar, resiste en la esquina, sin interés. Profanada ante cualquier postor.
Sucumbe el esfuerzo para esconder su grandeza a las habladurías nefastas de quienes jamás importaron. Paraíso de esta carcoma.
Sestea sobre el colchón de tranquilidad que la cubre. Acostumbrada a dormir sola. Junto al trinar desesperado y paciente. Bajo goteras incurables, abandonadas. A merced de un reloj de arena interminable, entre olor a resina y espliego.
Apagado el bullicio de su juventud, de sus perros guardianes, de las huellas de herradura, del soniquete de unos tacones las tardes de domingo, del tintineo de sus cadenas, del nombre que gritaba una madre, del berrido recién parido.
Este silencio golpea con saña los miedos de una realidad adversa. Entre el temor a tu desgracia y el recuerdo del ímpetu atrevido de nuestras caricias. Con igual paciencia, agotada o marchita, expectante o desvergonzada. A su manera. Florece al fin.

JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ