13 de febrero de 2016

LA CALITA


La mar se hace insignificante cuando refugias mi abrazo bajo tu sombrilla. Hincho mis pulmones y dejo fluir otros riesgos por su ladera. Dibujo la intimidad donde puedo desnudarme a tu lado, sentirme y palparte. Sonrío cuando tú haces lo mismo. Muestro mi cuerpo sin ataduras y mis perversiones sin coacción. Perfora la palma de mi mano esta paz de alcanzar la tibieza de tu piel sin las fronteras del tejido. Y me embriago cuando tu tensión cruje al borde del infarto y cada rincón de tu cuerpo es un altavoz donde repican los latidos excitados de tu sangre en conjunción con los míos. Decidimos cuando, continuar o dejarlo, sin sentir culpa alguna. Apenas tomar una estación o recorrer el cauce hasta el último manantial, el de entregarlo todo, el de la cima del dolor de la excitación límite o la marca batida de otra satisfacción culminada. Surfear cada encuentro ansiado en una ola de placer más alta. Acabar usando los restos de champan para enjugar los cuerpos y dejarlos empapados del aroma del pecado antes de cambiarnos la piel o de vestirnos. Amarrarnos con descaro o arrastrar en el camino un real o un chelín donde nadie lo sepa. Ducharnos en el olvido con besos de sombras.
JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

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