20 de noviembre de 2010

OFRENDA A UN DIOS ALFEÑIQUE


Carlota colecciona sellos. Los mima entre páginas de un álbum que aprecia como un gran tesoro. Son recuerdos de viajes y conquistas.
Yo colecciono miedos. Los guardo en mis cajones de historias. A veces los consigo en días desapacibles de paseos tristes. Arranco temores de señoras mayores agarradas a sus bolsos al cruzarse con centroeuropeos mal vestidos. Recojo miradas aniñadas cuando tiemblan protegiéndose, desde el otro lado de la calle, mientras aceleran el paso. Atrapo tiriteras de buscadores de jornales enlazados con mendicidad y esclavitud, mientras duermen al raso entre cartones y sucias mantas. Capturo el calor de las manos sobre el vientre convexo en el aislamiento al que conduce una promesa rota, el chirrido de pequeñas ruedas bajo el peso de unas reliquias. Ordeno compases de la cojera de una anciana con tacones roídos. Archivo infidelidades liberadas al rasgar el papel de un regalo comprometedor. Grabo futuros inciertos que clavan sus garras a traición sobre el cabeza de familia parado ante la luna del escaparate. Embotello olores ácidos de pieles indigentes, bajo un techo estrellado. Atesoro envejecidas soledades sobre sus nidos derretidos al otro lado de un espejo. Soy consciente de que lo inevitable transcurre un momento. Y, e
ntre la penumbra, la sombra se acerca para robar otra vida, tal vez la mía.
Unto los recuerdos con colores de tez oscura y los riego con lágrimas secas de una cosecha lejana. Apenas si abro esos compartimentos para que no se escapen, como libélulas atrapadas, e inunden mi preciada normalidad.
¡Sí! He pensado regalar ese mueble empapado de tiradores como el clasificador de una biblioteca. Repleto de frustradas entregas pasionales y fantasías sin realizar. Liberar demonios y traiciones en un acantilado, donde no puedan encontrar abrigos. Lastrarlos en las arenas del fondo cubiertas de esqueletos con banderas piratas por sudario. En un vacío donde las almas penitentes los engullan. Abandonarlos a su suerte para que los devoren los fantasmas de los bucaneros. Lanzarlos al aire de poniente para que no me sean devueltos escupiéndome la cara y permitir que la eternidad los absorba.
Regresar con los bolsillos vacíos, tal vez desnudo, disfrutando un buen paseo. Desandar recogiendo mis huellas, sonámbulo, para volver a mi futuro. Comenzar juntos el mañana tras arrojar al vacío los pasos recogidos.
Disfruto la sensualidad del movimiento de una señora mientras tiende al sol una ropita de dimensiones escasas en las cuerdas de su jardín. Reparo caminos tras el humo de la motocicleta de un jubilado con una azada y un mañana en su portamaletas. Respiro aire fresco sin más.
Hoy he comprado un mueble nuevo para depositar mis esperanzas. Mientras Carlota, al amparo de su cristalera y un visillo bordado a mano, amplía su colección.

JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

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