19 de septiembre de 2012

TRADUCTORA

A pasitos cortos, sola, usó su vida. Hoy las miradas a la costura de sus medias o al dobladillo de sus faldas no tenían sentido. Su escote dejaba de buscar la caricia perfecta.
Su retraso laboral delató el secreto de esta su última ausencia. Su móvil sonó y sonó hasta agotar su fuerza. Al otro lado del timbre de su casa no hallaron respuesta. Un cascarrabias de vecino entumecido tampoco se esforzaba en encender luz alguna. Mientras, su hedor a viejo podrido, ocultaba el leve aroma de la desaparecida.
Un desastre de coordinación policial empezaba a dibujar lo que fue su memoria. Chenia sonreía con cualquier cosa y se volcaba con los compañeros. Lejos del teclado de su ordenador su vida no estaba tan llena como al verla todos alcanzábamos a suponer. Nació en un país lejano donde residía su único hermano que llegaría muy tarde a sus exequias.
El olor a jabón, su peine preferido frente al espejito, el cepillo que desenredaba de su pelo las intenciones que nunca la tocaron, el perfume con el que nos envolvía, sus camisones de seda, los cajones de ropas dobladas, la vieja cafetera junto a la pequeña pitillera y sus libros perdieron sus mimos. Las cartas de él, sus fotos y postales, que guardaba como un tesoro, tampoco tienen sentido.
Cortado el suministro de agua y electricidad. Silenciado el ruido de sus tacones. Acabó su soledad.
Doblan tres campanas. Cada caja, para cada uso.
JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ.

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